Por: Ricardo Pajuelo Flores
Esta mañana supe el caso de una alemana a quien estafaron vendiéndole un departamento del programa “Mi Vivienda”. El contrato especificaba una vivienda amplia y cómoda, pero al ir a vivir a su nuevo hogar descubrió que todas las comodidades que le prometieron (garaje, lavandería, cuarto de servicio y demás) eran los mismos que compartía con los otros residentes del edificio. En pocas palabras, compró un departamento de lujo y le entregaron una conejera.
Pero lo que más indigna a esta dama es que al hacer su denuncia, se enteró que cualquier trámite en el poder judicial exige de cierto pago por debajo de la mesa, que ella, educada en la puritana ética sajona, se niega a hacer. “La justicia no es una mercadería que se vende como un kilo de papas o de yucas - Insistía, sin poder ocultar su indignación -. Es un servicio al que toda la comunidad tiene derecho”.
Su caso me hizo recordar al de aquella turista italiana que ahorró durante años para conocer las ruinas de Macchu Picchu y apenas su avión aterrizó en el aeropuerto Jorge Chávez, se encontró en medio de una Huelga General. Corrían los tormentosos días del gobierno de Alan García y el país entero, para variar, era un caos. Tan solo le habían concedido quince días de permiso y el día 14 de su estadía rogaba a las autoridades que cuando menos la dejaran viajar al Cuzco para ver la ciudad por unas horas. Huelga decir que regreso a su patria sin conocer otra cosa que el aeropuerto.
¿Y que decir del caso de aquella norteamericana y su hija, que tuvieron la genial ocurrencia de viajar en “Auto Stop” por el Perú y terminaron recorriendo solas un apartado rincón del Callao? Les robaron todo su dinero y poco falto para que no regresaran vivas a la tierra de Tío Sam.
¿Y como olvidar a Lori Berenson? Una niña mimada y muy liberal, que dándoselas de la heroína de la serie “Cazadora de Reliquias”, vino al Perú como simpatizante del grupo terrorista “Tupac Amaru” y muy tarde descubrió que la realidad no es como las películas. Lleva años en la cárcel sin que ni ella ni sus padres logren convencer a su gobierno de que presione al nuestro para que la dejen regresar a casa.
¡Pobre Lori! Tuvo suerte de no encontrarse en Chile en tiempos de Pinochet. Es un hecho que las propias autoridades norteamericanas colaboraron con el ejército chileno y sus servicios de inteligencia para desaparecer a ciertos compatriotas que tenían la manía de preguntar demasiado.
Recuerdo que muy niño escuche que en el fondo todo gringo que viene del extranjero “No es más que un burro cargado de dólares”. Y no solo por el dinero que cargan encima, sí por su total desconocimiento de nuestra realidad (Llegan a buscar en el Perú a un amigo que vive en La Paz ). Demasiadas veces pecan de ingenuos y se dejan engañar, robar y estafar con tanta facilidad, que uno no entiende como la hicieron para conquistar el mundo.
El caso de la alemana que exige que se le haga justicia es patético. Para comenzar viene a trabajar a un país que no conoce ni comprenderá jamás ya que ni nosotros mismos lo entendemos. Peor aun, se le ocurre quedarse (¿tan mal se vive en su propio país?) y no concibe que el propio gobierno que la acogió (¿Acaso no sospecho que siempre esta ansioso de divisas?) la estafe vendiéndole un departamento… ¡Que ni siquiera se molestó en examinar! y que es completamente distinto al que se especificaba en el contrato. Por último descubre (¡Colón!) Que en nuestro país el Poder Judicial esta podrido.
No la culpo de estar furiosa. ¿Pero qué esperaba de un país tan impredecible como el nuestro? Después de tantos años de vivir entre nosotros, debió entrarle en la cabeza que si lo que buscaba era vivir bien, mejor se hubiese quedado en Alemania, donde ganaría mucho más y podría comprar cualquier cosa a su justo precio. Y si de justicia se trata, puede encontrara en cualquier parte, menos en el Perú.
La cruda verdad es que así como los marineros del siglo XVI decían que “Navegar por diversión es como ir de vacaciones al Infierno”, quienes vienen a visitarnos buscando nuevas emociones y creyendo que somos un país exótico digno de conocerse, no tienen la menor idea en donde se están metiendo.
Los peruanos ya estamos acostumbrados a sufrir estoicamente nuestra insufrible realidad y somos un fiel reflejo de ella. No en vano tenemos fama de ser el pueblo más groseros, sucio, deshonesto e insubordinados de todo el continente, por no decir del mundo. Y por tal razón hasta que no nos convirtamos en un país de verdad, esta ilustre dama venida de latitudes nórdicas, si realmente quiere compartir nuestras penas, va a tener que acostumbrarse a todas estas cosas y a otras mucho peores. Conque paciencia ¡Y a pagar al juez si quiere que le hagan caso! (Lima, 30.12.12)
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