Por: Nicanor Becerra Castañeda
Vivir en una ciudad limpia,
ordenada, sin ruidos molestos y con áreas verdes bien cuidadas, es de crucial importancia porque aportan a la calidad de vida de los vecinos,
es decir a su salud física, mental y
espiritual. De los mencionados, la limpieza pública, el recojo de basura y su
tratamiento final es el más sensible (o insensible) a la población y la que más
se exige a la institución municipal, encargada por ley a atender estos
servicios, y a la que muy poco retribuimos en cuanto a mantener la ciudad
limpia o pagar los arbitrios por este servicio.
La
Ley N° 27972, Ley Orgánica de Municipalidades,
en su art. 80° establece como
funciones de las municipalidades en cuanto al servicio de limpieza pública: administrar y reglamentar el servicio de limpieza pública y tratamiento
de residuos sólidos; determinar las
áreas de acumulación de deshechos, rellenos sanitarios y el aprovechamiento
industrial de desperdicios; regular y controlar el aseo, higiene y salubridad
en los establecimientos comerciales, industriales, viviendas, escuelas,
piscinas, playas y otros lugares públicos locales; instalar y mantener
servicios higiénicos y baños de uso público, y difundir programas de
saneamiento ambiental.
Las
funciones señaladas son poco atendidas
por la mayoría de municipalidades que no
destinan dinero para dotar de vehículos, equipos, material de limpieza,
capacitación al personal de limpieza y otros recursos que garanticen un eficiente y oportuno recojo
de basura, barrido de calles, tratamiento y disposición final de los deshechos. Las municipalidades, con excepciones,
desconocen los volúmenes de basura que
recogen a diario; sus vehículos (volquetes, compactadoras) son insuficientes o
están en mal estado; el personal no tiene uniformes, protectores y equipos de
limpieza adecuados, y menos reciben
capacitación y/o incentivos para mejorar su productividad. Y ni hablar de
permanentes controles médicos.
Existen
otras carencias que vale la pena mencionar como son la falta de papeleras
en áreas públicas como plazuelas y
parques, y si las hay son insuficientes o están en mal estado; no existen
recolectores en puntos críticos de la ciudad donde se forman montículos de
basura. Las municipalidades no desarrollan
programas de educación ciudadana orientado a formar y/o consolidar una cultura
de limpieza y cuidado del medio ambiente, pese a los miles de soles que se
gasta en publicidad, para solo difundir obras
con nombre propio de alcaldes “constructores”.
El
problema no termina con el mea culpa municipal; mucho del status quo existente,
del desaseo de la ciudad, de arrojar basura en la vía pública, de no
respetar horarios del camión recolector,
es por la irresponsabilidad de los vecinos, con actitudes y conductas que
lamentablemente son pasadas a las nuevas generaciones. El problema de la
limpieza pública y sus actividades conexas no es sólo responsabilidad municipal; lo es también
de los propios vecinos, en su mayoría acostumbrados (o mal acostumbrados) a
eximirse de culpa por tener una ciudad sucia y maloliente, y en latente peligro
de ser afectados por alguna epidemia.
La
formación o deformación de una cultura
del aseo y respeto al medio ambiente pasa por la crianza en casa y el refuerzo
en la institución educativa; pasa por
fortalecer valores como el respeto a la vida y el medio ambiente, la higiene
como forma de vida, el cuidado del medio ambiente como misión personal y
colectiva. En buena cuenta, una ciudad
limpia y ordenada es tarea de todos
y exige acciones concertadas entre
municipalidades, instituciones
educativas (escuelas, institutos, universidades), la empresa privada, otras instituciones y
demás organizaciones de la sociedad civil,
cada cual en su competencia, pero concertando acciones para dar
soluciones integrales y sostenibles, en bien de los vecinos y su calidad de
vida.
En
los fueros municipales, la atención de la problemática de la limpieza pública y sus efectos
en la población exige que la institución municipal invierta recursos para modernizar el sistema
de recojo y disposición final de la basura, adquiriendo unidades de mayor
capacidad (volquetes, compactadoras), equipos,
material de limpieza, uniformes para los trabajadores, papeleras;
iniciar y/o ampliar proyectos de
reciclaje de la basura; mejorar y/o construir
nuevos rellenos sanitarios; así
mismo desarrollar programas para formar una cultura
de limpieza y cuidado del medio ambiente.
Las
instituciones y organizaciones deben también asumir su cuota de participación; en las
instituciones educativas se deben
promover actividades que consoliden
valores y hábitos de limpieza y cuidado del medio ambiente, mediante concursos
literarios sobre la temática, concursos del aula más limpia, jornadas de limpieza del patrimonio cultural
y natural, entre otras estimulando la creatividad de docentes, alumnos y padres
de familia.
En cuanto a los vecinos también debemos hacer lo nuestro cambiando actitudes y conductas que contribuyan a mejorar la limpieza pública y colaborar con el servicio que brinda la municipalidad, por ejemplo, no arrojando basura por calles, parques y plazuelas, sacando la basura doméstica en el horario fijado por la municipalidad y/o evitando formar montículos de basura en la vía pública. Incorporemos a nuestro diario vivir una frase fuerza y práctica cotidiana: LA LIMPIEZA PÚBLICA ES TAREA DE TODOS.
En cuanto a los vecinos también debemos hacer lo nuestro cambiando actitudes y conductas que contribuyan a mejorar la limpieza pública y colaborar con el servicio que brinda la municipalidad, por ejemplo, no arrojando basura por calles, parques y plazuelas, sacando la basura doméstica en el horario fijado por la municipalidad y/o evitando formar montículos de basura en la vía pública. Incorporemos a nuestro diario vivir una frase fuerza y práctica cotidiana: LA LIMPIEZA PÚBLICA ES TAREA DE TODOS.
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