Hace algunos días, mi hermana, mi aun hermosa hermana, me hizo llegar un mensaje con la foto de mi madre y me preguntaba a manera de broma esto que consigno aquí:
¿Conoces a esta hermosa, bella y elegante dama?
Repito que la foto es de mi madre, de más o menos 30 años de edad, hermosa ella, humilde ella, sencilla ella, majestuosa ella. Lucía, o luce con el cabello ondulado, preparado para la ocasión; sus cejas hermosas, haciendo un arco sincronizado con sus ojos vivaces, ligeramente caídos hacia los costado, nariz respingada, boca amplia, cara alargada y que termina con una quijada propio de mi abuelo, ese terco, bondadoso y maravilloso abuelo: Taita “Chele”.
Es decir que mi madre era un hermoso trofeo, que se llevó un hombre poco guapetón, cholo de acero inoxidable y que entregó su vida a la causa aprista; haciendo del APRA su religión y de Haya de la Torre, su líder.
Cosas de la vida, digo que mí bella y hermosa dama, se chocó con un hombre, que no era nada de guapo. De cuerpo atlético y más o menos 1.67 ms de alto, cabello lacio y rebelde, tez broncínea (propio del norteño), facciones curtidas. Se peinaba a la pera, cuando joven, digamos, simpático, pero ya maduro descuidó su cuerpo, como lo sabe descuidar cualquier sibarita de la comida.
Me preguntaba mi hermana si conocía a esa bella hermosa y elegante dama. ¡Claro! Que la conozco. Es la mujer que me dio de su seno y me amamantó en los mejores años de mi vida. Que me crió; que crió a mis hermanos. Que nos abrigó cuando teníamos frío, que nos cuidó cuando estábamos enfermos. Nos defendió y nos defiende en cualquier circunstancia de la vida. Cualquier agresor, es un rival pequeño ante la grandeza de su carácter, cuando se trataba de defenderlos empleaba las uñas, las manos y su masa encefálica; daba duro y duro, hasta dolerles esos huesos húmeros.
Cualquier leona no hubiera tenido más bravura que ella para defender a sus críos. Para defendernos a nosotros… Mi hermana no quiere a mi madre: la adora. Wilfredo, ¡Uf! la quiere un poquito más y vela por ella cada día.
Como no voy a conocer a esa hermosa y bella dama, si cuando tuve éxitos, disfrutó conmigo esos éxitos, pero fue ponderada en el triunfo, y ha sido grande, muy grande en mis derrotas. Y cuando caí, estuvo a mi lado para reprenderme amorosamente, sin acaso decir nada, pero con su mirada me daba el aliento que tanto necesitaba y con sus atenciones me daba a entender que la vida me tenía reservada tal vez otra oportunidad.
¿Ella? tiene los ojos buenos
y una figura pesada;
la edad se le vino encima
sin carnaval ni comparsa.
Mi madre me enseño a gatear, a caminar y me enseñó a correr. Y corría y tras mío, para evitar que al caerme me haga daño y corrieron mis hermanos junto a mí y evitaba
que ellos se hagan daño. Tras nosotros venían mis padres, para levantarnos cuando nos cayéramos, y para azuzarnos cuando nos quedábamos rezagados. En ese ir y venir, mi padre por querer seguir protegiéndonos, entre caídas y levantadas, se impulsó tanto que en ese salto llegó hasta el azul.
Hoy mi madre cumple años, y le vamos a comprar una torta, que hubiéramos querido que sople sus velitas con la presencia de mi padre, pero, como dice la canción
“La noche ha vuelto a llegar, ven mamá
Quiero que me digas, porque hace tantos días
Papá no está…Si lo queríamos tanto, porque se va”
El ya no está… Ella, seguramente verá su lugar en la mesa y disimulará su tristeza.
Mi madre Ahora camina con un caminar cansado, como marcando pausas, y le duele esas piernas, y le molestan sus riñones. Ya no tiene la misma dentadura y ya no escucha como antaño. Pero sigue cocinando como las diosas y nos sirve la comida y nos engríe como siempre:
- “Walter, ya está servido…!
Hoy llega mi hermana le cogerá con ternura su carita que ya tiene otra arruga, y con dulzura le acariciará la garganta, ahí donde cuelgan las edades, y le dirá, como siempre:
-“Te quiero mamita…”.
Se engreirá como siempre; pero la sentirá más cansada, caminará despacio alrededor de la vieja mesa, que le comprara mi padre, se sentará lentamente, se tocará las pantorrillas, y con un gesto de dolor, dirá entusiasmada:
-¡Sirvan, sirvan… ya llegó Wil!
Hoy cumple años mi madre: esa bella, elegante y hermosa dama.
Yo haré el brindis de honor; Wil, como siempre nos hará una broma para animar el momento.
Mi hermana acariciará su garganta, ahí donde pesan los años, y sentirá su ternura, y recordando a mi padre, tal vez, recuerde los versos de Chele:
“Si tras de la muerte existiera amor,
tras de la muerte te amara,
Y pidiendo clemencia al cielo,
hasta el otro mundo pasara…”
Hoy cumple años mi madre, esa bella, hermosa y elegante dama
…¡Hoy creo en Dios!
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